EL HOMBRE Y LA NATURALEZA


Cuando el hombre de hoy siente la necesidad de recuperarse físicamente, de distenderse los nervios, fortificar su cuerpo fuera del ambiente de las grandes ciudades modernas. Desde este punto de vista, en a naturaleza, la cultura física y algunas variedades del deporte individual, pueden ciertamente jugar un papel útil. Pero ocurren cosas diferentes cuando se hacen intervenir factores espirituales, por así decirlo, en un plano polémico: es decir cuando se piensa que el hombre que vive en la naturaleza y fortifica su ser físico, está más próximo de si mismo que entre las experiencias y las tensiones de la vida "civilizada". Cuando, sobre todo, se supone que sensaciones más o menos físicas de bienestar y recuperación tienen una relación cualquiera con lo que es profundo, o con lo que, desde un punto de vista superior debe ser considerado como el ser humano integral.
Además de la tendencia que sobre tales bases, conduce al "ideal animal" y al naturalismo moderno, es preciso denunciar, de forma general, el equívoco que se refiere a la fórmula de una "vuelta a los orígenes" confundida con una vuelta a la "Madre Tierra" y, precisamente, a la "naturaleza". Aunque frecuentemente haya sido mal aplicada, la enseñanza teológica según la cual nunca ha habido un estado puramente "natural" para el hombre, sin embargo no es menos cierto; desde el principio el hombre se ha encontrado situado en un estado "supra-natural" del que a continuación ha caído. En efecto, para el hombre en sentido propio, "típico", no puede ser jamás cuestión de regresar a estos "orígenes", ni a esta "Madre", en virtud de los cuales nadie puede superar la promiscuidad de sus semejantes, ni incluso la de las especies animales. Toda "vuelta a la naturaleza", (fórmula que, generalizada, puede también incluir todas las reivindicaciones en nombre de los derechos del instinto, del inconsciente, de la carne, de la vida inhibida por el "intelecto", y todo lo demás) es un fenómeno de regresión. El hombre que se vuelve "natural" en este sentido, en realidad se "desnaturaliza".
La contrapartida del "ideal animal", es la banalización del sentimiento de la naturaleza y del paisaje. Esto valía ya para la naturaleza idílica de la que se hizo un mito en tiempo de la Enciclopedia y de Rousseau. Más tarde, fue la naturaleza cara a la burguesía, la que se inscribía en la misma línea: la naturaleza bucólica o lírica, caracterizada por todo lo que es bello, gracioso, pintoresco, relajante, todo lo que inspira "nobles sentimientos", la naturaleza de los riachuelos y de los bosques, de las puestas de sol románticas y de los patéticos claros de luna, la naturaleza donde se declaman versos, comienzan idilios, o se evocan poetas que hablan de "bellas almas". Aunque sublime y dignificado, es el clima eternizado por la Pastoral de Beethoven.
Esta fue, finalmente, la fase de "plebeyización" de la naturaleza, la irrupción en todos los lugares de las masas y de la plebe, motorizada o no, con agencias de viaje, la organización del ocio y todo lo demás; ya nada es respetado. El naturismo y el nudismo representan el fenómeno límite. La pululación vermicular sobre playas de millares y millares de cuerpos masculinos y femeninos, ofreciendo un aspecto insípido de semi-desnudez, son otro síntoma. Y otro más es el asalto que libran a la montaña teleféricos, funiculares, telesillas y pistas de esquí. Todo esto muestra el grado extremo de desintegración de nuestra época. No vale, pues, la pena detenerse.
Se trata, por el contrario, para nosotros, de precisar el papel que puede jugar el contacto auténtico con la naturaleza en la búsqueda de esta despersonalización activa de la que ya hemos hablado. A este respecto puede ser útil examinar algunas posiciones que se inscriben en la línea de la neue Sachlichkeit pero que no puede cobrar significado más que para nuestro tipo de hombre diferenciado.
Matzke ha escrito: '"La naturaleza es el gran reino de las cosas, de las cosas que no quieren nada de nosotros, que no nos hostigan, que no exigen de nosotros ninguna reacción sentimental, que ante nosotros están mudas como un mundo en sí, eternamente cerrado, eternamente extranjero. Es esto, exactamente esto, lo que nos hace falta. .. esta realidad grande y lejana, relajante en sí misma, más allá de todas las pequeñas alegrías y los pequeños dolores del hombre. Un mundo de objetos encerrado en sí mismo, donde nos sentimos nosotros mismos un objeto, distanciamiento completo de todo lo que no es más que subjetivo, de toda banalidad y nulidad personales: para nosotros esto es la naturaleza. Se trata pues de devolver a la naturaleza –al espacio, a las cosas, al paisaje– este carácter lejano y ajeno al hombre que estaba cubierto en la época del individualismo cuando el hombre proyectaba en la realidad, para volverla próxima, sus sentimientos, sus pasiones, sus pequeños impulsos líricos. Se trata de descubrir el lenguaje de lo inanimado, que no se manifiesta antes de que el alma haya cesado de derramarse sobre las cosas.
Es de esta forma como la naturaleza puede hablar a la trascendencia. Entonces, por ella misma, la mirada se desplazará de ciertos aspectos particulares de la naturaleza a otros, más favorables a la abertura sobre la no-humano y lo no-individual. Nietzsche también había hablado de la "superioridad" del mundo "inorgánico", definiendo lo "inorgánico", como la "espiritualidad sin individualidad". Vio una analogía entre la "clarificación suprema de la existencia" y "la pura atmósfera de las cimas y de las nieves, donde no hay brumas ni velos, donde las cualidades elementales de las cosas se revelan desnudas y rígidas, pero con una absoluta ininteligibilidad" y donde se capta "el inmenso lenguaje cifrado de la existencia", "la doctrina del devenir que se hace piedra".Hacer que el mundo vuelva otra vez a la calma, la estabilidad, claridad y profundidad: devolverle su carácter elemental, su grandeza cercada, fue también, como hemos dicho, la exigencia de la "nueva objetividad", y se ha subrayado, justamente, que no se trataba de insensibilidad, sino de una sensibilidad diferente. Para nosotros también, se trata de un tipo de hombre al cual la naturaleza no interesa por la que le ofrece de "artístico", raro o característico, que no busca en la naturaleza la "belleza", ni lo que alimentaría una confusa nostalgia o hablaría a la fantasía. Para este tipo de hombre no habrá paisajes más "bellos que otros", sino paisajes más lejanos, más inmensos, más calmados, más fríos, más duros, más primordiales que otros: el lenguaje de las cosas, del mundo, no nos llega entre los árboles, los ruiseñores, los bellos jardines, las puestas de sol de postal o románticos claros de luna, sino más bien entre los desiertos, las rocas, las estepas, los hielos, los negros fiordos nórdicos, bajo los soles implacables de los trópicos, precisamente en todo la que es primordial e inaccesible. y es natural que el hombre que experimenta este sentimiento diferente de la naturaleza adopte una actitud activa respecto a ella casi por inducción de la fuerza pura así percibida, antes que entregarse a una contemplación confusa, imprecisa y divagante.
Si para la generación burguesa, la naturaleza era una especie de intermedio idílico y dominical de la vida ciudadana, y si, para la generación más reciente, esta es el desagüe de una bestialidad obtusa, invasora y contaminadora, es, para nuestro hombre diferenciado, la escuela de lo objetivo y de lo lejano, un elemento fundamental de su sentido de la existencia que termina por presentar un carácter de total
idad.

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